CUENTOS, COSTUMBRES Y ESCENAS DE NUESTRA PAYESIA. Tom II.
JAUME MIRALLES, JUAN
About this Item: Gráficas. Miramar, Palma, 1978. Tom II. 154 pàgs.
JAUME MIRALLES, JUAN
About this Item: Gráficas. Miramar, Palma, 1978. Tom II. 154 pàgs.
Cuando en la dulce mañana estial del claro julio, los >>obrers<< con sus vistosos ramos y los gaiteros sonando el alegre folklore del país, recorrían las calles anunciando el comienzo de las fiestas pueblerinas, mi primer impulso era de atracción, pero apenas mis ojos discernían aquellos raros instrumentos musicales, en mi sutil imaginación, se forjaban sobre ellos, unos monstruos feroces y, como en el estampido de los cohetes, corría a refugiarme en el regazo de mi madre.
Años más tarde, muy pequeño debía de ser cuando entonces los trigales me parecían bosques, iría acompañado, como de costumbre, a mi padre por aquellos campos.
Caminábamos por los senderos y las espigas, que dejaban el paso abierto me daban sombra. En uno de estos días hermosos de principio de primavera hube de encontrarle por vez primera. Estaría con sus ovejas que debían pastar en los verdes y tiernos barbechos. Estaba recostado en un rústico bancal y tenía a su lado un tambor recién terminado, ya que >>Pere-Filo<<, además de pastor y gaitero se dedicaba a la construcción de estos instrumentos musicales. Lo llevaría para afinarlo mejor en el ambiente propio del campo y de las ovejas..
Era algo bajo, físicamente bien formado. De cara expresiva, ojos claros, mirada dulce y cariñosa. A su conversación franca y pausada unía ademanes correctos del que pretende una relativa educación y el debido respeto.
Con mi padre hablarían de pastos, de corderos, de trigos, de siegas..., pero todo esto a mí no me interesaba ante la mirada fija en el tambor y la flauta. Al principio, tendría recelos del hombre que bien domaba aquellos curiosos instrumentos, pero a medida que iban ellos cediendo, la fiebre de mi curiosidad iba aumentando, y mis manos recogerían un palillo y después otro, hasta que por fin sonó el tambor causándome luego una reacción de miedo y de vergüenza de lo que debió darse cuenta el buen músico quien cogiéndome dulcemente sobre sus rodillas con su natural afabilidad déjome jugar con aquellas cosas para mí tan grandes. Muchas veces le volví a ver, bien en los campos con sus ovejas, bien en las fiestas del pueblo on su indumentaria payesa pero sus elegantes >>xirimies<<, ya nunca jamás volvieron a estimular en mi sensaciones de miedo y cobardía. Pero llegó un día fatal para el músico.
La muerte siniestra entró en su hogar. Atropelló aquella casa cristiana para llevarse el único fruto de su vida: su pequeña hija. Este acontecimiento tronchó para siempre su vida pastoril para desde entonces dedicarse a su otro gran amor: la música, en un ambiente más cómodo para los días de su vejez que no pudo alcanzar. La vida dura del pastoreo sostenida por el interés de un mejor porvenir para su hija, perdió su objetivo. Los campos habituales de pastos y de rastrojos que tradicionalmente adquiría para alimentar a sus ganados, radicaban en los contornos del Campo-Santo y aquel sagrado lugar que nunca le inspiraba ni miedo ni pavor desde el momento que recogía, para su podredumbre, aquellas carnes tan queridas, debían darle tristeza y debió comprender que la flauta y el tamboril no vibraban alegres en aquel ambiente de dolor y por ello abandonó el pueblo que le vió nacer. Se fue nuestro >>Pere-Filo<< . Se nos fue nuestro >>gaitero<< para dejar de ser pueblerino y convertirse en provincial y luego nacional. Vendería sus ovejas y quedóse con su casita y su pequeña hacienda por si un día aquel mundo más ancho lo rechazara.
i Qué bien lo recuerdo cuando me lo imagino rodando con sus ovejas en las noches por los campos de mi tierra ! i El áspero rastrojo, reblandecido por la humedad, se volvería más apetitoso y la caída hoja de nuestros almendros se tornaría más dulce al son de la flauta y el tamboril ! La tímida oveja pastaría tranquila, tanto en la noche obscura, como en la estrellada y serena y en aquella que la luna baña los campos con sus rayos de plata porque a través de aquella música sentiría el amparo de su compañía.